Prejuzgamos a la gente por su “envoltorio”,
su apariencia física, raza, cultura, gustos… Las clasificamos, aunque en
algunas ocasiones de manera inconsciente, por clases y, a su vez, las asociamos
con lo bueno o lo malo, en función de las sensaciones que nos da esa persona a
simple vista.
Muchas veces he sido testigo y carne
de etiquetas, definido por los pensamientos de los demás o engañado por mis
propias ideas. Así como por ejemplo, el estar tatuado, la gente, lo asocia con
un chico chulo, rebelde, todo lo contrario a lo que creo que soy ¡vaya! Pero lo
que ellos no saben es lo que cada uno de esos “dibujos” representa, la historia
que se esconde en cada trazo, en cada pinchazo de esa aguja que marca en piel
cada uno de nuestros recuerdos y emociones.
Por estas razones, y sabiendo
todas las veces que me he equivocado y me he tenido que tragar mis propias
palabras, os doy el siguiente consejo: muchas veces aquellos que parecen más
diferentes, opuestos, o incluso aquellos que podemos considerar nuestro “antónimo”,
pueden llegar a tener un corazón enorme y llegar a forjar con ellos una gran
amistad; pero, sin embargo, aquellos que parecen ser más iguales, buenos, humildes y leales pueden ser, en realidad,
lobos con piel de cordero.
Así pues, debemos conocer a las
personas desde dentro, mantener una mentalidad abierta y luchar contra las
ideas que el subconsciente quiere imponernos al prejuzgar al resto, consiguiendo,
de esta forma, darnos la oportunidad de conocer, verdaderamente, a las
personas.
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